La culpa no es del
viento que en libertad deja su ejemplo, ni de los ríos que nacen llenos de vida
sin preguntar quién tiene sed.
Las golondrinas y los
gorriones llegan a la noche sin más ambición que el gesto que recoge sus alas.
La belleza cuando está
tan cerca, a veces no se ve. Música que señala lo que se siente con el roce de tu mano.
Ya está tó el pescao
vendío. Pero a veces unos enamoraos quedan los jueves y se conjuran para
mantener las palabras llenas de tierra, semilla que espera un paisaje, un sabor,
una caricia.
Tarea de rebusca paciente,
Ruth en el campo. Pasan las grandes cosechadoras y entre los terruños olvidados
se dejan cabezas de ajos.
¡Cabezas de ajos! De
los que se pelan con la mano, tan frescos que el aliento sigue libre, y que
puedes ir a cogerlos gratis.
Siguen pasando
maquinarias por todas las latitudes, quisieran recogerlo todo.
Poetas flamencos cantaores
de sueños, no cambio por nada el arrullo
de tu mirar.
Diseñadores de
felicidad, como Alfredo en su rincón de museos y vida.
Estrellas que miráis
con envidia, olas arreglás con encajes
de espuma contoneándose entre agua
fresca de colonia, se declaran al mar,
sin miedo a que les apriete los zapatitos de plata. Eternas promesas en un
atardecer que no acaba.
Iremos a la pastelería
eligiendo los dulces por docenas recién
salidos del horno, juntaremos merengues con penas y bizcochos borrachitos de ti.
El brindis a las doce, amor
pintado en la nariz; utopías, todas las
que nos queden por vivir en Amorelandia… Allí si que si. Seguro.