Cuando la Luna no tiene
luz, le hablo despacito, sin prisas, con la confianza que da la noche. Está
ahí en zapatillas, relajada.
Le voy contando que
cada vez entiendo menos. Que el otro día me preguntaron cómo se escribía una
palabra con b, v… no lo sé. No lo se. Cada vez que tengo que oírme un no lo se,
no se lo que siento.
Antes parecía fácil saber,
entender, escribir, soñar, viajar, querer, volver, regalar, dormir; ahora…
Hablar con la gente es
lo que me consuela, alejarme del ordenador, de internet, mirar a la vida con la
cara de asombro de los niños que se toman su helado de chocolate, dejando
rastros de fondán en sus labios, en sus mofletes, en su nariz, en su mirar.
No importa, porque será
la misma brisa del Mediterráneo la que
moverá esta noche el abanico de colores en tu corazón.
Cántame lo que sientes,
préstame tu reír, Luna, quédate, que si no, me engañan hasta en la pescadería.
Cuando llegue tu luz, cuando
te vea y te rías y tu pelo y tu voz y tu pañuelo…
Selene esta noche estás
tan guapa, que hasta tu bostezo, plata fina del Albayzín, lo grabaré en la
madrugá.
Bulevar vacío, agua en
calma. No me canso, en susurros …hasta que viene el sueño.
Noche en la ventana, gesto
de seguir tu camino, último intento, por
bulerías:
Quédate un poquito más,
Luna, porque dicen que a veces se tarda el alba.
Vida, llena de verde,
de agua, de soles y de atardeceres y
gorriones, de mundos, de libros, de música de ti… sólo queda vivirlo.