Había viajado tanto que sabía dónde no tenía que ir. Intuición
flamenca, le bastaba soltar un ¡uy, uy… eso é un huerto! Para acertar, aunque
siempre queda la duda. ( La duda, tema para convocatorias jueveras venideras).
Por eso y por lo que aquí silenciamos, le preguntaron en la
quinta ronda de cervezas con ración de
calamares a la romana: Ciudad de tu Utopía.
Se quedó mirando a una mujer que estaba entrando al bar. A cada
paso de ella, él sufría, ni siquiera pudo mirarla fijamente a los ojos.
Ella, con el rabillo del ojo, se lo dijo todo. Que no
olvidaría la noche en Roma, ni el paseo por Niza, ni la madrugá en Triana…
Todavía besa, cada noche, antes de dormir, el sombrero mejicano que los cobijó,
donde se juraron lo que en este instante…
Los demás también miraban, viendo no entendían las dos
lágrimas que se asomaron a las ventanas de la vida. Sufrimiento ante una emoción que se retuerce
como columnas salomónicas.
A nuestro personaje se le iluminaron los labios y fuera de sí,
recitaba como el que apura las últimas gotas de agua ante un desierto
inevitable.
Palabras reservadas hasta que lleguen su momento, y se lancen
al viento, llegó alzando la voz:
La ciudad de mi Utopía tiene nombre de mujer, sus brisas
están en mi mente; las avenidas, las plazas y calles son sus cabellos, sus
manos, sus labios… ella es como los susurros
de enamorado.
La ciudad de mi Utopía se parece a una espera, que se perfuma
y se arregla por si en el atardecer de un día de mayo le trae sus caricias.
La ciudad de mi Utopía tiene la ansiedad de un wasap que no terminas
de mandar. De la canción que se desnuda y te pones colorao… y de por vida
errante, vagando triste por tierras y mares; por las barras de los bares
manchadas de tantas melancolías, lluvia fina de colores que consuela con olor a
jabón.
Se quedó sin probar los calamares.
No sabía que había sido tan feliz en aquel trance, ahora
tampoco. Mañana, enredado entre un poema, ella ya no estará.